Este fin de semana fue el más calmado que he tenido en los últimos dos meses.
El viernes por la madrugada caminé de nuevo, que es de las pocas cosas que mantienen mi mente lo suficientemente ocupada como para no caer en lo mismo de siempre. A pesar de los recuerdos de viejas discusiones que he tenido con dos de las personas que más han significado para mí sobre el caminar y lo ridículo, insensato, ilógico y norecuerdomás que era... supongo que así está bien. He caminado solo en lugares lejanos y desconocidos, en lugares supuestamente peligrosos de mi propia ciudad, en horas que se creen dominadas por la delincuencia, en situaciones donde tal vez sí haya sido lo más estúpido que podía hacer... pero no me importa realmente. Caminar es tranquilidad, caminar es un escape y creo que es la manera en la que terminaré, por eso no tengo miedo al hacerlo.
Muchas veces al caminar he llegado ahí. Es uno de los cinco lugares que más significan algo para mí en esta ciudad, de aquellos donde creo que puedo iniciar un cambio, generar una idea, tomar una decisión, crear una visión... Los lugares a donde huyo cuando necesito paz, porque sé que en algún momento me han dado o me darán el espacio para uno de los momentos más importantes de mi vida. ¿Ideas ridículas? Tal vez, pero es lo creo al final.
El sábado por la tarde llegué ahí, sería el festival a donde me gusta asistir cada año y que como Don Mario alguna vez diría, dependiendo del periodo presidencial varía la emoción. Pensé mucho en la primera vez que fui, lo que deseé los años siguientes y lo que hace unos meses esperaba para este. Como sabía que al final no sucedería, acepté la indiferencia y me uní a la multitud que presenciaba un concierto de rockabilly. Con sus melodías fácilmente danzables y ligeramente agresivas, en poco tiempo encontré un mosh pit. Dudé en entrar, pero tenía tanto que no lo hacía y ya nada que perder que decidí hacerlo, y así bajo la lluvia, la música, los golpes, el sudor, los gritos y la emoción que genera ese instantaneo no-pensar me sentí realmente liberado.
Estuve acompañado el resto de la noche, la misma compañía de hace tres años más una nueva amistad. Fue realmente agradable, nunca creí que tanto. No sé si fue la pirotecnia iluminando mis lugares preferidos de la ciudad, las frases que complementaban mis inútiles balbuceos o recuerdos que ya ni siquiera tenía yo sobre poemas mexicanos que en algún momento me hicieron reir tanto y se quedaban conmigo mientras bebía frappé moka deseando en silencio haber pedido mejor uno de fresa. Así volví a mi callejón, a tomar fotos y disfrutar el momento de paz perdida.
No dormí, y el domingo por la mañana hice lo más inimaginable... fui a una sesión de yoga. Estaba incrédulo y exceptico, como siempre. Pero he de admitir que los logos de la iniciativa darma en la entrada, namaste y más detallitos (sí, soy un fanboy de lost, ¿algún problema?) me motivaron mucho a querer volver, aparte de que ayudaron mucho a estar calmado. Al menos mucho más que las cajas de pastillas, el frasco de brebaje mágico, el té y las gragéas que "no debe consumir mientras maneja maquinaria pesada" que he estado teniendo que tomar para conseguir el mismo efecto que una noche de buena compañía en uno de mis lugares preferidos y una mañana de poses ridículas pueden lograr.
1.4.08
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1 comentario:
eso es frente a B.A.vdd?
por donde esta el sanborns...
vaya venja...chevere lo que pusiste,y creo que muchos tenemos nuestros lugares para pensar =)
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