APC

En junio, iba un día de regreso a mi casa en el metro, en la línea 9, pasando frente al Palacio de los Deportes cuando empezó a llover y el tren se detuvo. Yo estaba junto a una ventanilla y el agua empezó a caer sobre mí... no le di importancia, en realidad me gusta cuando eso pasa. Volteé y vi la lluvia callendo en el pavimento y los autos. Pensé fugazmente en un evento frustrante reciente y de pronto sentí ganas de correr. Siendo Ciudad Deportiva la siguiente estación del metro, decidí que bajaría si había alguna señal que más que me lo indicara... Entonces en el shuffle del mp3 empezó Don't Stop Me Now.

Sin más, sonreí y bajé del tren rápidamente. Caminé hasta la pista del autódromo y avancé hasta el puente que une el Palacio de los Deportes con el Foro Sol... y ahí, bajo la lluvia, empecé a correr.
No duré mucho, soy chafa y nunca hago ejercicio (a menos que caminar sin rumbo u objetivo sea considerado como tal). Aún así cuando ya no podía correr, sólo caminaba hasta recuperar el aliento y luego volvía a correr. Di varias vueltas así a la pista hasta que me senté a descansar.

No había visto gente en la pista, más que uno que otro ciclista que iba de paso (después de todo no creo que hayamos muchos con el gusto ridículo de correr en la lluvia), pero poco después de sentarme pasó trotando un señor como de 70 años. Me vio y deteniéndose momentaneamente dijo entre risas, "¡síguele, o nos vamos a quedar así siempre!".
Obviamente, me sorprendió toda la situación. Pero me reí, me levanté y empecé a correr a lado de él. De pronto sentí ganas de hablar con él y decirle todo lo que me fastidiaba, preocupaba y en general qué me había llevado a esa pista en ese momento, pero el me empezó a contar una historia, su historia. Porqué el corría, cómo había empezado, lo que creía, en qué basaba su fe... eventualmente, empezó a hablar de mi, haciendo deducciones tenebrosamente correctas. Sin que yo tuviera que decir nada, él trató muchos de los temas de los que yo necesitaba hablar.

"Tienes que correr un maratón," me dijo después de un rato. Yo me burlé. Expliqué que realmente sólo estaba corriendo como un escape momentáneo y que básicamente no creía ser capaz de ello. Me dio cinco consejos y una frase que me pidió no olvidar, luego se despidió. Aumentó la velocidad a la que iba y yo me quedé atrás. Me senté un rato en las gradas del autódromo pensando en lo que había pasado y esperando a ver si el tipo pasaba de nuevo, pero no pasó.
Los días siguientes, que igual estuvo lloviendo, volví a dar algunas vueltas a la pista, pero tampoco lo encontré.

Poco a poco fui considerando más todo lo que dijo e incluso intenté, con excusas ridículas, convencer a alguien de que nos inscribiéramos a alguna carrera, pero nadie me hizo caso. Eventualmente pasaron las fechas y se quedó ahí todo. Decidí sólo ir a correr cuando lloviera de nuevo, lo cual más o menos he cumplido.

Nunca hago ridículas listas de propósitos de año nuevo y seguramente nunca lo haré a menos que sea como ridícula burla o algo. Sin embargo hoy quise publicar esto, de lo que había querido escribir desde el día que pasó, principalmente porque he decidido realmente correr el maratón de la ciudad, este año. Sin importar si me acompañan o no, aunque sepa que me voy a morir en el proceso y odiaré a Insurgentes con toda mi alma. Lo haré, aunque llegué a la meta a las diez de la noche (que no creo, ni caminando llegaría tan tarde) y con el píe jodido como Simon Pegg en Run Fatboy Run.

Ya veremos en agosto que tal resulta esto.