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19.10.10

Otro cuento pendiente, ahora del 16

Ser una catarina es sumamente complicado. Huyendo todo el tiempo de las aves, volando de árbol en árbol, comiendo lo que otros consideran plagas, esperando nunca caer en las manos de algún humano...
Dicen que eres de buena suerte, sin embargo nunca demuestran realmente que así sea. Te atrapan y encarcelan contra tu voluntad, juegan contigo como si fueses una vil pelusa hasta que se aburren y te perdonan la vida, como si fuera un gran favor. Algunos ni siquiera eso hacen. Son despreciables.
En mi vida me he topado sólo con una excepción a esto.

Era un humano pequeño. Una humana pequeña, más bien. Yo estaba tomando el sol tranquilamente sobre el pasto de un jardín bien cuidado que había encontrado en mi camino cuando ella llegó y se acostó a lado de mi. 
En un inicio fue un susto terrible, una corriente fuertísima de viento que casi me manda volando por entre la hierba. Sin embargo, me sostuve y después la vi. Tenía una expresión no muy común en los humanos que había visto, sin embargo aún no confiaba mucho. Estaba a punto de emprender el vuelo cuando ella se percato de que yo estaba ahí y volteó a verme.
Sus ojos, inmensos, me hipnotizaron. Decían mucho más de lo que podía comprender, nunca había visto unos así, ni humanos ni de catarina. Podía escuchar lo que pensaba a través de ellos.

Usted me disculpará, señor catarina, por haber molestado su tarde de domingo al venir a importunar su descanso vespertino con mi triste estado de ánimo. No es mi culpa, quiero creer. Hay tanto que no entiendo y no quisiera entender, me dicen tantas cosas que no deseo creer, me proponen tantas salidas que no pretendo tomar... Pero bueno, no quiero tampoco venir a arruinarlo más con mis problemas. Quiero que usted simplemente sepa que no le haré daño, yo no me atrevería siquiera a tocarlo contra su voluntad. Espero que no le moleste, pero en este momento sólo necesito quedarme aquí, a su lado, un rato más. Mi nombre es TL y aunque creo que nunca conoceré el suyo, espero no le moleste si a partir de ahora me refiero a usted como B.
En fin, señor B... tengo una historia que contarle, espero no vaya a aburrirle, pero es todo lo que tengo y soy.

Me quedé ahí, escuchándola detenidamente hasta que la luz desapareció.

Nunca acostumbré a salir por las noches, sin embargo desde aquel día, en algunas ocasiones me gusta hacerlo. Rondar por distintos caminos, detenerme en lugares que he considerado especiales en esta corta vida que tengo y que sé que pronto llegará a su fin. Ha pasado mucho desde aquel día, y sin embargo tengo la esperanza de que tal vez algún día pudiera volver a vivir una sensación como aquella. Un deseo que una triste catarina no puede siquiera terminar de comprender.

En noches como la de hoy, simplemente me detengo en la cima de una araucaria, en la flor roja de un árbol de bugambilia o simplemente me acuesto a esperar a la izquierda de algún viejo y olvidado roble.
Hoy elegí la segunda opción y sólo veo pasar los vehículos humanos. Es una calle solitaria y ciertamente triste, de vez en cuando alguno pasa por ahí y yo sólo me camuflajeo entre las flores (que usualmente ni siquiera notan) para seguir mi corta vida en paz. Después salgo de nuevo y pienso en mi pasado, en lo que creí que pude haber sido y lo poco que me queda, esas cosas que toda triste catarina ha de pensar cuando su vida llega al ocaso. Entonces ocurre una de esas casualidades que sólo una vez en la vida pueden ocurrir. 
A lo lejos, dos personas caminan entre la oscuridad de la noche, tomados de la mano. Ambos sonríen, ambos se miran, dicen poco y aún así sienten tanto, sólo caminan. Sus pasos hacen eco entre la soledad de aquel camino, algunos susurros llegan hasta mi, el sonido me estremece. En vez de esconderme, bajo algunas ramas para ver más de cerca a los ojos que se acercan, los ojos de ella, los ojos de TL.
No me mira, está ocupada con él. Miro también sus ojos y puedo entender todo, él también es B.
Pasan de largo, preocupándose por nada... mientras yo, con la sensación que tanto había deseado, empiezo a morir.

-

Volví esa noche, sin ti, por el mismo camino. Brinqué de nuevo y tomé una rama de bugambilia. En ella había una catarina muerta. Guardé con cuidado la rama y el cadáver. Cuando llegué a casa, los saqué y con cuidado planté la ramita en mi jardín, esperando algún día crezca tanto como tú y como yo, como todo lo que vendrá. La catarina la conservaré; ya sabes, tiendo a aferrarme a las cosas muertas... además, después de todo, dicen que es de buena suerte.

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