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7.2.11

Dos de magos, acordeones, emociones espontáneas y puertas negras...

Casi nunca hablo seriamente con mi familia. Es una mala costumbre que seguro tiene sus raices psicológicas perdidas de hace años, pero bueno, no es algo que me quite el sueño... sin embargo hace que me sienta extraño las pocas veces que ocurre.

Hoy estaba sentado en la sala, fastidiando a mi hermana, cuando mi madre llegó y me contó que acababa de hablar con una tía lejana (Magos, le dicen...) que de hecho, vive cerca del kinder.
A decir verdad, había escuchado parte de la conversación desde donde estaba, aunque no le presté mucha atención. Aún así, sonaba inquieta e incluso preocupada. Lo único que me dijo sobre lo que habían hablado fue: "dice Magos que a tu tío le robaron su acordeón," para después hablar sobre las preocupaciones que tenía sobre el lugar donde había ocurrido (cerca de mi escuela) y la forma en la que pasó, preocupante también, aunque no estaba escuchando ya.


No puedo explicar coherentemente lo que ocurrió. Sentí una especie de vacío inmenso dentro de mí y una tristeza difícil de comprender al tiempo que una serie de recuerdos borrosos venían a mí.

Mi tío (a quien no recuerdo haber visto más de diez veces en mi vida) con ese acordeón, tocando para mí y mis primos cuando éramos niños. La vez en una fiesta en la que él tocaba La puerta negra ante un montón de ebrios, cuando al confundir vasos probé por primera vez la cerveza (evento que me haría odiar dicha bebida por casi quince años). Como decoraba ese instrumento con algunos stickers brillantes que siempre llamaban mi atención.
Las veces en años recientes en los que pensé "debería ir con mi tío Ismael a que me enseñara a tocar" La vez que fui a su casa (la última vez que lo vi) después del Hallowmas 2009 y en cuanto entró a la casa (con el instrumento en las manos) le dijeron que había estado prácticando con un acordeón y se me quedó viendo con una sonrisa sarcástica mientras guardaba el suyo.


Esa imagen de un acordeón pequeño, desgastado, viejo, aún con los stickers de hace años. Esa imagen se quedó en mi mente mientras mi madre hablaba y a mí me invadían incoherentes ganas de llorar ridículamente al pensar en lo mucho que me dolería si algo así me hubiese ocurrido, lo mucho que debía de dolerle a él una pérdida así. Ganas de llamarle y tener la primera conversación real con él al decirle que lamentaba enórmemente lo que le había ocurrido, de darle un abrazo...


Pero no lo hice. Sólo pude preguntar si estaba bien, físicamente. Por que sé que una pérdida así debe haber destruido parte de su alma, como destruyó parte de la mía.

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En octubre del año pasado ayudé a unos amigos en el concurso de ofrendas del Zócalo. Trabajamos durante una semana en el armado de nuestra ofrenda y los últimos días tuvimos que hacerlo en casa de alguien a quien no conocía mucho, pero que vivía leeeeejos. Una casa perdida en Ecatepec, aún más lejos de mi preparatoria, aún más allá de su terrorífica Central de Abastos, aún más lejos que la intrigante central termoeléctrica. Casa de alguien a quien conocí mejor: Magos, le dicen...

A partir de esos días empecé a convivir más con ella. Una vez que íbamos en su auto por Eje 3, para evitar un silencio incómodo (de esos que son mi especialidad), empecé a hablar con ella de música. La vez que me quedé en su casa, dormí junto a una batería, así que supuse que sería un buen acercamiento... y estuve complétamente en lo cierto. Sabía tocar la guitarra, la batería y (oh, alegría) quería aprender a tocar el acordeón, géneros que me gustaban y una total mente abierta a cualquier idea musical interesante y alegre. Una sonrisa ridícula apareció en mi rostro durante el resto del viaje mientras disfrutaba una conversación simplemente feliz.

Eventualmente me contó algunas de sus preocupaciones, las cuales sentí muy cercanas ya que eran muy similares a las que alguna vez he tenido. Me dolió un poco no poder ayudar, a pesar de hacer el intento. Siempre es lo mismo. Mis ridículas palabras nunca dan para mucho.

Un día me dijo que había conseguido un acordeón. Su entusiasmo parecía enorme y me contagié inmediatamente. Empezó a hablar de que no estaba en perfectas condiciones, de querer tocar quien sabe cuántas canciones... pero yo en él veía la clave para huir de todo tipo de miseria. Veía en ese instrumento la alegría total materializándose. Me propuso entonces que tocáramos juntos. Me dio una lista de canciones totalmente ridículas pero que yo sabía que significarían mucho, ¿cómo decirle que no?

Cómo decirle que no si el viernes pasado al estar frente a ella viéndola sonreír al tocar La puerta negra me daban ganas de darle un abrazo y decirle "¡ésta es tu salvación! ¡la música, sea cual sea, puede ser la cura a todos tus males!". Pero no... sólo sonreí, ridículamente, una vez más y toqué con ella tratando de transmitir mi prácticamente nula habilidad con tan mágico instrumento para ayudar.
Toqué durante mucho tiempo, mientras uno de mis propios fantasmas rondaba cerca de mí, el más reciente de todos ellos... pero no me importó, yo fui feliz y ella también lo parecía. Cuz when the music hits me, I feel no pain at all.
 
Al final me tuve que ir y ella se quedó ahí sola, con su acordeón viejo y desgastado. Le pregunté si no quería ayuda para cargarlo al auto y dijo que no con una sonrisa que denotaba un poco de tristeza volviendo lentamente, sin embargo no me preocupé. Sé que la salvación llegará a ella eventualmente, tal como llegó a mí. Después de todo, día a día nos vemos en la Calzada de la Redención.

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